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martes, 26 de noviembre de 2013

CUENTOS INDIOS: Si dañas, me dañas.

Parvati es una de las diosas más amorosa, benevolente y misericordiosa del panteón hindú. Es la consorte de Shiva y se manifiesta como extraordinariamente compasiva.

Cierto día, uno de sus hijos, Kartikeya, hirió a una gata con sus uñas. De regreso a casa, corrió hasta su madre para darle un beso. Pero al aproximarse al bello rostro de la diosa, se dio cuenta de que ésta tenía un arañazo en la mejilla.
- Madre -dijo Kartikeya-, hay una herida en tu mejilla. ¿Qué te ha sucedido?
Con sus ojos de noche inmensa y profunda, la amorosa diosa miró a su querido hijo. Era su voz melancólica y dulce cuando explicó:
- Se trata de un arañazo hecho con tus uñas.
- Pero, madre -se apresuró a decir el joven-, yo jamás osaría dañarte en lo más mínimo. No hay ser al que yo ame tanto como a ti, querida madre.

Una refrescante sonrisa de aurora se dibujó en los labios de la diosa.
- Hijo mío -dijo-, ¿acaso has olvidado que esta mañana arañaste a una gata?
- Así fue, madre -repuso Kartikeya.
- Pues, hijo mío, ¿es que no sabes ya que nada existe en este mundo excepto yo? ¿No soy yo misma la creación entera? Al arañar a esa gata, me estabas arañando a mí misma.


El Maestro dice: Al herir, te hieres. A quienquiera que dañes, te dañas a ti mismo.

jueves, 8 de agosto de 2013

CUENTOS INDIOS: La verdad... ¿es la verdad?

El rey había entrado en un estado de honda reflexión durante los últimos días. Estaba pensativo y ausente. Se hacía muchas preguntas, entre otras por qué los seres humanos no eran mejores. Sin poder resolver este último interrogante, pidió que trajeran a su presencia a un ermitaño que moraba en un bosque cercano y que llevaba años dedicado a la meditación, habiendo cobrado fama de sabio y ecuánime.

Sólo porque se lo exigieron, el eremita abandonó la inmensa paz del bosque.
- Señor, ¿qué deseas de mí? - preguntó ante el meditabundo monarca.
- He oído hablar mucho de ti -dijo el rey-. Sé que apenas hablas, que no gustas de honores ni placeres, que no haces diferencia entre un trozo de oro y uno de arcilla, pero todos dicen que eres un sabio.
- La gente dice, señor - repuso indiferente el ermitaño.
- A propósito de la gente quiero preguntarte -dijo el monarca-. ¿Cómo lograr que la gente sea mejor?
- Puedo decirte, señor -repuso el ermitaño-, que las leyes por sí mismas no bastan, en absoluto, para hacer mejor a la gente. El ser humano tiene que cultivar ciertas actitudes y practicar ciertos métodos para alcanzar la verdad de orden superior y la clara comprensión. Esa verdad de orden superior tiene, desde luego, muy poco que ver con la verdad ordinaria.

El rey se quedó dubitativo. Luego reaccionó para replicar:
- De lo que no hay duda, ermitaño, es de que yo, al menos, puedo lograr que la gente diga la verdad; al menos puedo conseguir que sean veraces.
El eremita sonrió levemente, pero nada dijo. Guardó un noble silencio.

El rey decidió establecer un patíbulo en el puente que servía de acceso a la ciudad. Un escuadrón a las órdenes de un capitán revisaba a todo aquel que entraba a la ciudad. Se hizo público lo siguiente: “Toda persona que quiera entrar en la ciudad será previamente interrogada. Si dice la verdad, podrá entrar. Si miente, será conducida al patíbulo y ahorcada”.

Amanecía. El ermitaño, tras meditar toda la noche, se puso en marcha hacia la ciudad. Su amado bosque quedaba a sus espaldas. Caminaba con lentitud. Avanzó hacia el puente. El capitán se interpuso en su camino y le preguntó:
- ¿Adónde vas?
- Voy camino de la horca para que podáis ahorcarme -repuso sereno el eremita.
El capitán aseveró:
- No lo creo.
- Pues bien, capitán, si he mentido, ahórcame.
- Pero si te ahorcamos por haber mentido -repuso el capitán-, habremos convertido en cierto lo que has dicho y, en ese caso, no te habremos ahorcado por mentir, sino por decir la verdad.
- Así es -afirmó el ermitaño-.
Ahora usted sabe lo que es la verdad... ¡Su verdad!

El Maestro dice: El aferramiento a los puntos de vista es una traba mental y un fuerte obstáculo en el viaje interior.


jueves, 16 de mayo de 2013

CUENTOS INDIOS: Una insensata búsqueda



Una mujer estaba buscando afanosamente algo alrededor de un farol. Entonces un transeúnte pasó junto a ella y se detuvo a contemplarla. No pudo por menos que preguntar:
- Buena mujer, ¿qué se te ha perdido?, ¿qué buscas?

Sin poder dejar de gemir, la mujer, con la voz entrecortada por los sollozos, pudo responder a duras penas:
- Busco una aguja que he perdido en mi casa, pero como allí no hay luz, he venido a buscarla junto a este farol.

El Maestro dice: No quieras encontrar fuera de ti mismo lo que sólo dentro de ti puede ser hallado.



jueves, 23 de agosto de 2012

ALGUNAS CONDICIONES PARA SER FELIZ

Son muchas las especies animales, que además de la herencia genética, precisan de otras condiciones para ser ejemplares claramente representativos de su especie, es decir, por ejemplo un leopardo africano que no supiese cazar no sería un adecuado representante de su especie. Para ello necesitará una madre que le proteja, cuide, sirva de modelo y le enseñe los trucos necesarios para una caza exitosa, asimismo precisará de un entorno adecuado, para el cual está dotado y no podrá sobrevivir por ejemplo en el Polo Norte. Con el ser humano sucede lo mismo, no serán adecuados representantes de la especie humana los niños salvajes, ya que ellos carecen de lenguaje y otras habilidades que nos caracterizan, por ello, si pretendemos un humano adulto sano, equilibrado, adaptado y feliz, también harán falta unas condiciones mínimas que le permitan un sano desarrollo físico y psicológico. Sin una adecuada alimentación, su desarrollo físico no será el deseable, si no toma leche adecuada y suficiente en sus primeras etapas, sus huesos serán quebradizos y su desarrollo insuficiente. Pero ¿qué otras cosas precisará el ser humano para alcanzar una madurez adecuada? Al decir adecuada, quisiera referirme tanto al desarrollo físico como psicológico, que le lleven a unas actitudes y formas de pensar que le proporcionen equilibrio y felicidad.

 El ser humano persigue el bienestar, desde siempre ha perseguido la satisfacción interior, eso que denominamos felicidad y a esas condiciones mínimas que el recién nacido ha de tener en los primeros años de vida para alcanzar una madurez feliz, así como para proporcionarle la mejor capacidad de adaptación a las vicisitudes de la vida, son a las que aquí nos vamos a referir. 

La primera condición –como ya hemos dicho más arriba- será una alimentación adecuada, normalmente la leche materna. Una segunda condición es el cariño, la caricia, la voz, el contacto físico. Hoy sabemos que los niños prematuros que son sacados un par de horas a diario de la incubadora, para permanecer en brazos de las madres, oír su voz y sentir el contacto físico a través de la piel, tienen un mayor y más saludable crecimiento que aquellos que son adecuadamente alimentados, pero no sacados apenas de las incubadoras. Una tercera condición, para un sano desarrollo, es un entorno protector, sereno, relajado, en el cual el niño crezca sintiéndose protegido en su indefensión, que en los primeros años es casi total. Una cuarta, en relación con la anterior, es la percepción del afecto entre los padres, del respeto mutuo, del amor que se profesan y del cual el niño es consecuencia, esto también proporcionará la confianza, la seguridad necesaria para un desarrollo armónico. Una quinta será el poder interactuar con el entorno, investigarlo, e incluso equivocándose, pero siendo corregido con respeto. Una sexta será tener la oportunidad, sobre todo a partir de los tres, cuatro años, de interactuar con otros niños y tener así un acceso a la socialización. Una séptima y quizá la más importante, será el amor incondicional. Cuántas veces los padres cometen el error de supeditar el amor a la conducta del niño, “si no haces esto mamá no te quiere”, o se dan reacciones fuertes y rechazo afectivo por parte de éstos, ante las conductas no deseadas de los hijos, con lo que no hacer las cosas bien, puede significar que no va ser amado, o así será interpretado por el niño, esto inhibirá la experimentación con el entorno, limitando la experiencia, generará miedo al fracaso y la consiguiente angustia, por tanto el amor incondicional sentido por el niño, resultará condición elemental para un sano desarrollo humano. 

Estas y algunas otras condiciones serán necesarias para que se establezca una base sólida sobre la que desarrollar una óptima adaptación. No significa que de no ser satisfechas ya no habrá nada que hacer, pues posteriores experiencias, por ejemplo una psicoterapia, podrán modificar determinados estados patológicos, pero no todos. Consideramos que muchas de las neurosis y también algunas psicosis pueden tener su origen en la ausencia de algunas o varias condiciones de la referidas más arriba.

De adultos nos relacionamos con el mundo según la imagen que tenemos de nosotros mismos y ésta la forjamos en función de los resultados de nuestra interacción con el mundo, sin embargo, esta interacción con el mundo está condicionada por la idea que nos hemos forjado de nosotros mismos previamente, en la relación con las personas que nos han atendido en los primeros años de vida, normalmente los padres. Es decir si un niño siente que responde a lo que sus padres esperan de él, es muy probable que confíe en sí mismo y ose afrontar con seguridad y confianza aquellas actividades en las que recibió de sus padres  la confianza de poder, de ser capaz y por tanto llevarlas a término con éxito, lo que redundará aún más en su autoconfianza y autoestima, que a su vez le dejará en buenas condiciones para afrontar nuevas situaciones con confianza, desarrollándose más y más seguro de sí mismo. Es por ello por lo que son tan importantes los primeros años de vida en el desarrollo de la personalidad.

La neurosis la definimos coloquialmente como una patología en la que se da un sufrimiento desproporcionado, exagerado que no responde a la lógica. Son ejemplo de neurosis las fobias, como temor exagerado a montar en ascensor, avión o coche; creer tener una enfermedad o muchas que no se tienen, y que el criterio médico no tranquiliza, o lo hace por un breve espacio de tiempo, sería el caso del hipocondríaco; estados paranoides, pensar que hablan de uno o que traman algo contra uno, de forma obsesiva y sin ninguna lógica; trastornos obsesivos compulsivos como tener que contar cosas, lavarse repetidamente las manos por el temor a contaminarse; no atreverse, o sufrir por tener que hablar en una reunión de vecinos, o tener que levantarse e irse de un cursillo, o simplemente sufrir por tener que preguntar algo, o dirigirse a alguien, etc. Todos estos trastornos, salvo cuando son consecuencia de una experiencia traumática clara, suelen tener que ver con la insatisfacción de algunas de las condiciones necesarias para un sano desarrollo psicológico, expuestas más arriba.

Si imaginamos un niño que desarrolla un autoconcepto sano, difícilmente, en condiciones normales, va a vivir preocupado por la imagen que da, o qué pensarán de él, o si hará el ridículo, etc., en cambio si imaginamos a un niño en el que la educación ha sido llevada a cabo con crítica negativa, con gritos o con agresiones también físicas, fácilmente comprenderemos que de mayor tenga tendencia a estar preocupado por la imagen que da, dude de sus capacidades, tenga tendencia a querer controlarlo todo, incluido lo que de él piensan y ya tendremos con toda probabilidad un mayor o menor grado de neurosis.

Lo peor del caso es que cuando uno no ha satisfecho alguna de esas condiciones, imaginemos que no ha sido adecuadamente tratado, por ejemplo ha sido excesivamente criticado, maltratado y no lo ha corregido, es probable que se haga adulto pendiente de la imagen que da y tratará de adaptar sus actos de modo que dé la mejor imagen posible con el fin de ser aceptado o no rechazado, haciéndose dependiente del otro para el propio bienestar, es decir tratará de encontrar, en la valoración de los otros, la autoestima, cosa normal en la niñez, en la que el niño tenderá a pensar que vale si el adulto, en especial el padre y la madre, le valoran, pero no en la adultez, donde la valoración ajena ha de ser posterior a la propia, a la personal. Solamente cuando la actitud del adulto satisface al propio adulto, cuando actúa sin depender del criterio ajeno y consigue que sus relaciones fluyan, solamente ahí se estará dando el proceso terapéutico, es decir estará modificando el autoconcepto negativo instaurado y saliendo de la neurosis. Y es que cuando se actúa para los demás, es decir para que los otros tengan una buena imagen de uno, nunca se va poder tener la certeza del propio valor, ya que siempre cabrá la duda de que puedo ser valorado por algún tipo de interés  y no por el propio valor. Además la vida nos enseña que podemos portarnos mal, pero como estamos con una persona excelente, nos perdona, entiende y responde favorablemente, y a veces es al revés, nos portamos bien con alguien, pero como tiene mal día o no es tan excelente, nos responde mal. Es por ello por lo que no podemos corregir nuestra neurosis en función de la valoración ajena de nuestros actos, sino de que nuestras relaciones fluyan positivamente como consecuencia de exigirnos a nosotros mismos eso que esperamos de los demás, comprensión, empatía, generosidad, perdón, tolerancia, respeto…, en una palabra, amor, hacia los demás y hacia nosotros mismos.

Suelo decir que hay dos tipos de amor, aunque ambos egoístas, uno sería sano y otro no tanto, el no tanto, se da cuando amo para ser amado, y el sano, cuando amo porque me satisface amar. En una entrevista de Jesús Quintero a Alejandro Jodorowsky, le preguntaba acerca del amor, le pedía que le dijera qué era para él el amor y Jodorowsky le contestó que ahora que tenía 80 años lo había comprendido, le dijo que lo pasaba tan bien amando, que le daba igual que no le quisieran, tal vez se olvidó decir que, además, precisamente ahora que no buscaba ser amado era probablemente cuando más lo era. 

Para terminar me gustaría remarcar la idea de que el proceso terapéutico es más firme, rápido y provechoso, cuando la persona se centra en la realización de las actividades terapéuticas pertinentes, sin turbarse por posibles juicios ajenos, sino centrado en la satisfacción personal, cuando deja de ser turbado por el posible juicio del otro y se mueve por lo que íntimamente considera positivo.  

Suelo decir a mis clientes que en esta vida vale todo, se puede hacer todo lo que a uno le dé la gana, menos hacer daño a los demás y a uno mismo y sobre lo que es dañino, hay que escucharse a uno mismo. Como dice Manuel J. Smith en su magnífico libro Cuando digo no, me siento culpable, “yo soy mi primer y último juez”.

Miguel Ángel Ruiz González

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viernes, 18 de mayo de 2012

Trastorno Sexual e Identidad Sexual


Normalmente la clasificación se hace en tres grandes apartados que serían:
  • Tastornos sexuales
  • Parafilias
  • Trastornos de la identidad sexual

En el primero tendríamos los referidos a las distintas etapas de un contacto sexual  o de la sexualidad, como son el deseo, la excitación, el orgasmo, y la resolución.

Dentro de los trastornos del deseo sexual se encontrarían: "Deseo sexual hipoactivo" que se caracterizaría por una disminución o ausencia de fantasías y deseos de actividad sexual de forma persistente o recurrente y "Trastorno por aversión al sexo" , en él, la característica principal sería una aversión extrema o persistente o recidivante hacia, y con evitación de, todos (o prácticamente todos) los contactos sexuales genitales con una pareja sexual.

En los trastornos de la excitación sexual  se contemplarían  el "Trastorno de la excitación sexual en la mujer" que consistiría en una incapacidad, persistente o recurrente, para obtener o mantener la respuesta de lubricación propia de la fase de excitación, hasta la terminación de la actividad sexual, y el "Trastorno de la erección en el varón" consistente en la incapacidad, persistente o recurrente, para obtener una erección apropiada hasta el final de la actividad sexual.

En los trastornos del orgasmo se contemplan el "Trastorno orgásmico femenino", el "Trastorno orgásmico masculino" y la "Eyaculación precoz". Los dos primeros eran llamados con anterioridad  "Trastorno orgásmico masculino-femenino inhibido" en ellos lo que se daría, sería una ausencia o retraso persistente o recurrente del orgasmo tras una fase de excitación sexual normal, y en la eyaculación precoz  tendríamos una eyaculación persistente o recurrente en respuesta a una estimulación sexual mínima antes, durante o poco tiempo después de la penetración, y antes de que la persona lo desee.

Después pasaríamos a los trastornos sexuales por dolor entre los que se encuentran  la "Dispareunia" y el "Vaginismo". El primero se caracterizaría por un dolor genital recurrente o persistente asociado a la relación sexual, tanto en varones como mujeres. En el segundo, el "Vaginismo" lo más característico sería la aparición persistente o recurrente de espasmos involuntarios de la musculatura del tercio externo de la vagina, que interfiere el coito.

Posteriormente están los "Trastonos sexuales debidos a enfermedad médica" en los que la causa del problema sería de origen físico y el "Trastorno sexual inducido por sustancias".

El segundo gran grupo de los trastornos sexuales serían las "Parafilias" , en ellas la característica principal es la presencia de repetidas e intensas fantasías sexuales de tipo excitatorio, de impulsos o de comportamientos sexuales que por lo general engloban: 1) objetos no humanos, 2) el sufrimiento o la humillación de uno mismo o de la pareja, o 3) niños u otras personas que no consienten, y que se presentan durante al menos 6 meses. Incluirían "El exhibicionismo" (exposición de los genitales), "El fetichismo" (empleo de objetos inanimados), "El frotteurismo" (contactos y roces con una persona en contra de su voluntad), "La pedofilia" (interés por niños en edad prepuberal)

Miguel Ángel Ruiz González

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miércoles, 18 de abril de 2012

Sobre la Culpabilidad y la Preocupación

La culpabilidad y la preocupación son dos emociones inútiles muy arraigadas en el psiquismo del ser humano y es que nos han enseñado que preocuparse indica la bondad de quien se preocupa y que no sentirse culpable de los errores cometidos no es correcto. Nos han trasmitido que no preocuparse no es humano, es decir cuando algo difícil nos espera en un futuro habría que preocuparse y sufrir por ello. Por otro lado cuando hemos hecho algo mal hemos aprendido a culpabilizarnos, martirizarnos dando vueltas a aquello que hicimos mal y también a sufrir por ello.

Ambas emociones, sin embargo, hacen referencia a otros tiempos, es decir la preocupación está referida al futuro y la culpabilidad al pasado y lo malo es que ocurren en el momento presente menguando o eliminando el estado de bienestar de ese presente y convirtiéndolo en malestar. Además tampoco mejoran la capacidad de acción, ya que emocionalmente nos sentimos mal.

Si en el pasado cometimos un mal acto, angustiarnos pensando en lo mal que hicimos, es decir, sintiéndonos culpables, no modificamos nada, salvo conseguir aumentar el malestar en el momento presente, ¿no sería más acertado dedicar el tiempo presente a actuar de tal modo que arreglemos o reparemos el mal causado y no perderlo con ese sentimiento inútil que, como decimos, solo sirve para sufrir?

Con la preocupación pasa lo mismo, si la analizamos un poco detenidamente, observaremos que siempre hace referencia a algo negativo, a un malestar, sufrimiento e inmovilidad por algo que pueda ocurrirnos en un futuro cercano o lejano, suele referirse a algunas consecuencias negativas que pudieran derivarse de una situación presente, pero no cambiando nada, solo generando angustia. Como dice el Dr. Wayne W. Dyer el mejor antídoto contra la preocupación sería la ocupación, la acción.

De todos modos no hemos de confundir la preocupación con el análisis de posibles consecuencias negativas que pueden derivarse de la realización de un plan que vamos a llevar a cabo, esto resulta positivo si con ese análisis vamos estableciendo soluciones a los posibles problemas que pudieran surgir, esto sería ocuparse y no preocuparse. Queremos referirnos a la preocupación como el sentimiento que nos inmoviliza en el presente por cosas negativas que pueden llegar a suceder en el futuro.

Nunca toda la preocupación o culpabilidad arreglaron o modificaron nada, salvo tornar el bienestar en malestar en el momento presente. Ni un solo momento de preocupación o culpabilidad logrará mejorar las cosas.

Pongamos un par de ejemplos. ¿De que le sirve a un estudiante pensar en la posibilidad de suspender un examen, es decir preocuparse? Mientras está preocupándose no adelanta nada y sí, sin embargo, pierde el presente al no dedicarlo a lo que realmente sería útil, estudiar; en el momento en que deja de preocuparse y pasa a ocuparse, a estudiar, es cuando empieza a reducir la posibilidad de suspender; con la preocupación se angustia y la posibilidad de un rendimiento positivo del estudio se desvanece, es más con la preocupación se bloquea y como decimos no adelanta nada.

Otro ejemplo, si tenemos un bulto o cualquier signo de enfermedad, ¿de qué nos sirve martirizarnos pensando en posibles graves enfermedades? Evidentemente de nada, ya que lo eficaz será ir al médico y poner remedio. Una vez más lo válido será ocuparse y no preocuparse.

Ahora pongamos otro ejemplo de culpabilidad. Supongamos que ayer un comportamiento nuestro causó daño a una persona ¿de qué servirá sentirnos culpables y martirizarnos por ello? ¿No será más eficaz reparar el mal causado y asumir la responsabilidad correspondiente? Naturalmente, de otro modo no hacemos nada salvo sufrir y estropear el momento presente que estamos viviendo.

Estas dos emociones son muy frecuentes en los desequilibrios psicológicos de las personas y los técnicos en salud mental los observamos a diario, viendo como nuestros pacientes sufren sin que ello sirva de nada. El por qué están tan arraigadas en nuestra cultura parece obedecer a diferentes razones, enumeraremos aquí algunas de ellas.

La culpabilidad se utiliza para dominar a otra persona, es un método eficaz para doblegar a otro a nuestros intereses y que de ese modo actúe como yo deseo. Un ejemplo sería el de la madre que dice a su hijo que le disgusta mucho, que le hace sufrir mucho, si consigue su objetivo conseguirá que el niño se sienta culpable y que éste se vea abocado a modificar su comportamiento, para compensar el sentimiento de culpa, pero si es utilizado como método educativo será peor el remedio que la enfermedad, pues favorecerá la inseguridad y mala conciencia de sí mismo en su hijo.

Respecto a la preocupación podemos decir que tiene, muchas veces, una retribución, y es que si estamos muy preocupados, podemos estar eximidos de tener que afrontar positivamente con la responsabilidad que exige tener que actuar, para evitar las posibles consecuencias negativas que prevemos pueden ocurrir. Dicho de otro modo, podemos evitar tener que correr riesgos usando las preocupaciones como excusa para inmovilizarnos. “No puedo hacer nada, estoy tan preocupado”.

Hemos mal aprendido que un buen padre se preocupa de sus hijos de su esposa o de lo que sea, en lugar de que un buen padre se ocupa de sus hijos, esposa o lo que sea.

Suelo decir que Teresa de Calcuta no se preocupaba de sus leprosos sino que se ocupaba, de no ser así, esta mujer, no hubiera podido trasmitir su fortaleza y alegría interior, como tampoco podría haber ayudado tanto a estos enfermos, pues a una persona preocupada se le nota su sufrimiento y malestar, así como bloqueo y con eso no se adelanta mucho.

Hemos de aprender a vivir el presente, ya que nunca vivimos otro tiempo que no sea el presente, el pasado ya lo vivimos, el futuro, tal vez, lo viviremos. La culpabilidad es referida al pasado y la preocupación al futuro, por tanto aprender a vivir el presente, el ahora, y no perderlo con pensamientos inmovilizantes sobre el pasado o futuro, parece ser una buena manera de mejorar nuestra calidad de vida.

Miguel Ángel Ruiz González


info@psicologosbilbao.es